Júpiter, ya adolescente, veía con dolor la esclavitud de su padre y decidió liberarle. Juntó un ejército y echó a los Titanes del Olimpo haciendo que Saturno gobernara otra vez. Pero Cronos estaba amargado, ya que la profecía decía que un hijo le quitaría el poder y, él, temía de la enorme valía de su joven hijo Zeus. Llegó así a poner emboscadas a su descendiente, quien las venció. De ese modo, Júpiter, después de fracasar en su buena voluntad de reconciliación (con el mal), decidió derrocar a su padre. Lo expulsó del cielo y se erigió para siempre en monarca del Empíreo.
Saturno, destronado, fue a ocultar su derrota a Italia junto al rey Jano, quien le acogió muy bien y le ofreció compartir su reino. Saturno, agradecido y arrepentido, se dedicó a civilizar el Lacio, reino de Jano, enseñando a sus toscos habitantes varias artes prácticas, ayudado por su esposa. Allí, promovió el bienestar del país y enseñó la agricultura, simbolizando la faceta benefactora del astro.
Los romanos le dedicaron el día sábado y las fiestas saturnales, sobre el 22 de diciembre. Durante tres días los esclavos ocupaban el lugar de los señores y viceversa, además de que todas las actividades se suspendían, excepto las culinarias y las diversiones.
Saturno es la fuerza irresistible del destino y el tiempo.
Se le representa como un viejo vigoroso de larga barba y cabeza calva. Va armado con guadaña en la mano derecha, mientras que en la izquierda sostiene un reloj de arena.
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